Desde muy pequeños nos cuentan muchas historias de fantasía en las que ciertos elementos se repiten siempre. Quizás uno de los personajes más recurrentes en esas historias son las brujas. Pero, ¿de qué van siempre acompañadas? Pues normalmente, de un sombrero acabado en pico, una escoba, una verruga, y cómo no, un gato negro. Obviamente esto no se repite siempre, pero la mayoría de brujas tiene que cumplir varios de esos requisitos.
En este artículo, vamos a centrarnos en uno de esos elementos: el gato negro. Este animal siempre tiene el papel de ser el fiel compañero de estas malvadas mujeres, pero todo tiene una explicación.
Aunque suponemos que siempre han existido los gatos, la importancia de estos animales comienza en Egipto. Allí se consideraban sagrados y de muy buena suerte. La diosa egipcia Bastet era representada con cuerpo femenino y cabeza de gato. Era la protectora del hogar, los faraones, los templos, la fertilidad, la maternidad, la alegría, y por supuesto, los gatos. En sus templos se criaban cientos de gatos en su honor y, cuando estos morían, se les momificaba y enterraba en tumbas específicas, protegiendo así al animal incluso después de muerto.
Pero poco tiempo después su suerte cambió. En la Edad Media la Iglesia empezó a relacionar al gato negro con las brujas, así que la caza de brujas no solo las afectó a ellas, también a este pobre animal. La explicación de por qué los relacionaban es muy simple. En esa época había una plaga enorme de ratas que, mediante sus pulgas, transmitían la famosa peste negra que acabó con un gran número de la población. Así que, como los gatos son expertos en cazar a dichos roedores, todo el mundo quería hacerse con uno para así tener su casa limpia de posibles infecciones. A pesar de las pésimas condiciones que vivían en esa época, el gato era un animal capaz de sobrevivir a todo: hambre, frío, enfermedades… Por lo que ya empezaron a sospechar cómo era posible que un animal tuviese esa capacidad de supervivencia.
Además, cuando comenzaron a ver que muchas mujeres tenían en sus casas un gato negro, empezaron a pensar que quizás eran ayudantes de esas “brujas” o que incluso ellas se convertían en este animal para esconderse de la persecución que sufrían. Pero todo empeoró cuando el Papa Gregorio IX en uno de sus documentos, asoció al gato con el diablo. Así que con todos esos ingredientes, el animal era oficialmente símbolo del mal y por tanto, enemigo de la Iglesia, así que fue perseguido y exterminado.
Obviamente, ni ellas eran brujas, ni los gatos las ayudaban de ninguna manera en sus supuestas malas artes. Los animales simplemente vivían y cazaban ratas ayudando sin querer a evitar que se siguiese propagando la peste negra. Y como es obvio, considerar a una mujer bruja era algo extremadamente sencillo y habitual. El uso de hierbas medicinales, una espiritualidad libre o simplemente, ir en contra del pensamiento de la Iglesia, convertían a cualquier mujer en un ser terrible que usaba la magia para el mal. Así que, podemos llegar a la conclusión de que, gracias a la Iglesia y su maravillosa idea de exterminar a los gatos por ser símbolo del mal, la peste negra se extendió mucho más de lo que seguramente se habría extendido si hubiesen dejado a este animal vivir en la libertad que merecía.
Pero lo peor de todo es que el pensamiento que la Iglesia tuvo del gato negro ha dejado huella y podemos observarlo aún en nuestros días. Por esa asociación entre en gato y el diablo, sectas satánicas siguen utilizando al animal en ritos y sacrificios. Incluso cuando se acerca la noche de Halloween, las protectoras de animales evitan dar en adopción a sus gatos negros porque saben que cabe la posibilidad de que sean utilizados para alguna de esas locuras.
Así que ahora que sabemos la verdad, vamos a cuidar a estos animalitos mágicos que, quizás en un futuro, nos puedan ayudar a sobrevivir otra vez.
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