Dejad que os cuente la historia del último dragón. Las viejas leyendas, oídas por los abuelos de los abuelos de los viejos del lugar, cuentan que habitó una enorme torre abandonada hasta el final de sus días. Pero, ¿sabéis acaso por qué se marchó a ese lugar? Huyó allí tras la Guerra de los Dragones, un triste conflicto que destruyó el mundo tal y como se conocía muchos años antes de que el primer hombre diera su primer paso sobre estas tierras.
Los cuentos dicen que el dragón lloró cada noche la perdida de su especie. Lloró tanto, que sus lagrimas se convirtieron en un gran lago que inundó el valle y le aisló, más aún si cabe, del mundo exterior. Pero no era un lago corriente, no. Como sabréis, los dragones tienen fuego en su interior. Y sus lágrimas salían tan calientes que provocaron una densa niebla que ocultó la torre y a su último habitante. El dragón gimió y lloró durante siglos hasta que sus escamas se hicieron una con la piedra de la fortaleza, hasta que sus colmillos y garras se secaron y cayeron, hasta que sus ganas de vivir perdieron la batalla frente a la desesperación de ser el último de los suyos. Su cuerpo se volvió de roca y, aun así, el último de los dragones siguió llorando y gimiendo. Dicen que quien pudo oír sus lamentos reconoció el dolor de la canción, una bella melodía sobre la perdida, el sufrimiento y el amor que hacía llorar hasta a las rocas.